Jonathan Demme

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El director más aclamado de la Academia de Hollywood es un defensor a ultranza de los derechos civiles. Jonathan Demme revela cómo facturar blockbusters y arrear contra el establishment sin pillarse los dedos.

Cuando, tras una sesión interminable de autógrafos, apretones de manos y dedicatorias garabateadas sobre DVD, logro sentarme cara a cara con Jonathan Demme, me comunican que los 30 minutos de que disponía para nuestra entrevista se han reducido drásticamente a la mitad. Menos tiempo del que cualquiera desearía para charlar con el único realizador vivo cuyo mayor hit, El silencio de los corderos, posee el récord de haberse hecho con los Oscars en las cinco categorías principales en la historia de los premios de la Academia. Es 17 de noviembre, cuatro días después de los atentados de ISIS en París, y tratándose de un cineasta con un compromiso sociopolítico tan férreo como el suyo, su postura ante el consiguiente bombardeo (literal y mediático) sobre la ciudad siria de Raqqa en los televisores de medio mundo se erige como la reina madre de todas las preguntas. Pero primero hay que romper el hielo.

La cafetería de la Filmoteca Española palpita con un bullicio inusitado para un martes por la noche. Demme está allí para presentar su quimérico composite musical Stop Making Sense y una legión de cinéfilos, melómanos o ambas cosas se ha congregado para rendir pleitesía a Talking Heads, Demme, o ambos. Ojo, no es un documental, sino un performance film: “No considero a mis películas musicales como documentales. Para mí, la comunión entre el cine y la música en directo es la forma más pura de cine que existe. La meta no es mostrar la música, sino que el cine interactúe con ella y se convierta en parte de la experiencia”. Esta filosofía empapa una filmografía especialmente copiosa en el género, incluidos sus tres trabajos con Neil Young y, presumiblemente, el que acaba de rodar con Justin Timberlake, que verá la luz en 2016. Una vez se ha explayado sobre esta gran pasión, dirijo la conversación hacia el que ha sido el principal frente de su producción fílmica: la defensa de los derechos civiles. “Creo que para que la democracia funcione todo el mundo debería implicarse en los grandes asuntos sociales. Como cineasta he tenido la oportunidad de recoger los testimonios de gente como Jimmy Carter, gente que me inspiraba con una visión positiva de cambio. Si puedo servir de canal para la transmisión de las ideas de alguien a quien respeto, estoy encantado de hacerlo”. No considera, sin embargo, que esta vena activista le haya pasado factura de cara a la industria: “No soy una persona extremista, ni revolucionaria. De hecho, creo que la gente te respeta más si tomas partido”. Este fervor por la democracia fue el motor de uno de sus primeros trabajos, Haiti: Dreams of Democracy (1988). “Cuando llegué a la isla Jean-Claude Duvalier acababa de ser expulsado del país y por primera vez en décadas el pueblo haitiano tenía la oportunidad de librarse de la mafia dictatorial y elegir a su presidente en unas elecciones democráticas. Me contagié de su entusiasmo. En Estados Unidos asumimos la noción de democracia sin más, no la valoramos lo suficiente”.

Sobre su ya mencionado blockbuster parece guardar un recuerdo más utilitarista que enriquecedor: “Cuando ganas un Oscar, durante un tiempo la gente cree que sabes lo que estás haciendo”, dice con sorna. “Para mí fue la llave para convencer a los grandes estudios de hacer películas que de otro modo nunca habrían financiado”. Concretamente, Filadelfia (1992), sobre la discriminación de los enfermos de sida y la homofobia, que le valió su primer Oscar a Tom Hanks, y Beloved (1998), denuncia del racismo y los vestigios de la esclavitud en USA. Su integridad se extiende también a cuestiones formales: su lealtad hacia su propia obra le llevó a abortar Swing Swift cuando Goldie Hawn era una superestrella y a descolgarse, amistosamente esta vez, de la adaptación al cine del 11/22/63 de Stephen King. Y es que Demme es de los que dicen no cuando la mayoría dice sí… Quizás, especialmente, en su país. Le pregunto si ha visto Compliance (término inglés que viene a significar el acatamiento acrítico de las órdenes de la autoridad), película basada en hechos reales acontecidos hasta 70 veces en pequeños pueblos de Estados Unidos, cuando un acosador telefónico se hizo pasar por agente de la ley para acusar de hurto a jóvenes empleadas de restaurantes de comida rápida y obligarlas a someterse a procedimientos ilegales de índole sexual… sin que ellas apenas ofrecieran resistencia. Menea la cabeza con estupor: “Dios mío, es terrible. De eso se nutre el fascismo”. Lo suyo, obviamente, es cambiar las cosas. De ahí sus célebres remakes: “En La verdad sobre Charlie (su versión de Charada)  cambié el final para que Adam bajara el arma en lugar de disparar. Me negaba a hacer otra película en la que todos los problemas se solucionaran pegándole un tiro a alguien. En cuanto a Manchurian Candidate, la rodé en el clima post 11-S, cuando el gobierno estaba lavando el cerebro a los americanos y utilizando el miedo como arma política para justificar la guerra de Irak. El momento no podía ser más pertinente”. Ahora sí: ¿qué opina del 13-D y los bombardeos sobre Siria? Sincera y pausada, su respuesta es la que esperaba: “Mientras haya niños en el mundo que crezcan en un entorno de extrema pobreza, privados de los derechos más básicos y sin esperanza alguna en el futuro, mientras no construyamos un mundo más aceptable para los pobres, seguirá habiendo gente que no tenga ningún respeto por la vida humana. Es desolador. Y también me preocupan los prejuicios que los atentados de París están generando hacia los árabes. La yihad supone una proporción ínfima de la comunidad musulmana, pero el rechazo se extiende a toda ella. Desearía que los inocentes no fuesen sacrificados. Tras las bombas de París, Occidente ha vivido en primera persona las matanzas de las que huían los refugiados sirios. Ahora sabemos por qué han venido. Creo que el mundo debería centrarse en arreglar esa situación de partida”. Pregunta obligada: coméntenos qué o quién lo va a petar en el cine este año que empieza. “Acabo de estar en los festivales de Venecia y Lisboa y las mejores películas que vi allí las habían hecho chavales de 20 años. Hoy en día todo el mundo puede comprar una cámara y la gente ya no va a escuelas de cine, les basta con ver películas y ponerse a rodar. Así que vaticino que 2016 será el año con la generación de nuevos realizadores más jóvenes de la historia”. Palabra de veterano.

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